La carta

Ayer no hubo dolor, sólo temblor
ante un momento indecente.
Solitarios minutos trasnochados
que se ocultan tras el viento
en un caminar desacompasado,
de cojera y bastón de cemento.
Se contagió el mundo entero
y el miedo bailó alrededor
de la vida y de la muerte.
Nadie lo sintió como yo.

El final de los tiempos
y yo intentando no fallar,
descubriendo la debilidad
de las almas inhumanas.
Que son ellos y nadie más.
Todos sin excepción. Execrables.
Lamentables hienas y víboras
de lengua bífida y plenas de veneno.
Me miran mal.

Quieto, salí corriendo en un impulso,
sin moverme. Como la poesía.
Lo que fue, simplemente fue,
nada más, sólo eso, suspiros.
Y el centro de gravedad a la deriva.
Como en un cuento sin final.

Hoy la gente no se ríe, ahora
ya nadie es feliz con su basura.
Todo continúa como antes de ayer
y yo rendido ya no digo nada.
Lo que pasó está escrito en una carta
que guardo en un bolsillo entre tinieblas.