Promesas cumplidas

Madrid se caminaba sobre cenizas.
Mis pies descalzos por la calle avanzaban
en busca de una fatal comendadora.
Era Agosto y la noche empezaba a calar
en una recogida plaza cerca de Conde Duque.
Al fondo un café empotrado en la fachada
que Medem un día iluminó con un rayo de sol.
Antes de avanzar siempre me paraba
para imaginar a Lucía cantando a la vida.
Era como una llamada a la felicidad
donde todos los finales nunca acaban mal.

Mesas vacías repletas de nostalgia
donde me sentaba a la vera de una cerveza
y encendía un cigarro esperando.
La gente llegaba en parejas y en silencio
tratando de no molestar a los solitarios.
Hasta que llegó ella.
No era el primer día que quedábamos,
pero se convirtió en una promesa,
porque esa espesa noche, borrachos,
nos prometimos volver allí cada año
el resto de nuestras vidas, juntos,
y de noche cantar a un rayo de sol.

Años después la promesa se transformó
y ahora, cada día, al amanecer,
la luz ilumina mi cara despertando mis ojos
y veo a mi lado a la mujer que más amo.
Cada año, cuando volvemos,
hablamos y bebemos
enamorándonos de nuevo.

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